jueves, 13 de marzo de 2025

EUSEBIO GONZÁLEZ RODRIGO (14-06-39)

 

Eusebio González Rodrigo nació en Valdemorillo y vivió en Majadahonda, localidad natal de su mujer Marcela Montero, donde se dedicó a labores agrícolas y de policía local junto con su hermano Hipólito. Ambos estaban afiliados al PSOE y la UGT.

Tenía 47 años cuando le fusilaron junto a las tapias del Cementerio del Este de Madrid el 14 de junio de 1939.

  

viernes, 7 de marzo de 2025

MATILDE SÁNCHEZ ÁLVAREZ (13/04/1917-02/03/2013)


Recuerdo esa noche. La noche en la que mi abuela lloró al confirmar, levemente, por lo que había pasado siendo mocita, como ella diría. En el patio de su casa de la sierra, estábamos ella, mi madre, mi cuñada y yo. Mi madre nos hablaba del libro que estaba leyendo en ese momento, y mencionaba nombres propios: La Zapatones, la madre Serafín, La Veneno… de repente, el rictus de mi abuela cambiaba y una lágrima caía por su mejilla. Ay, el recuerdo. Ay, la memoria, a veces tan dulce, a veces tan amarga ¿Qué hacéis hablando de esas mujeres? ¿Acaso las conocéis? Aquí vino la constatación del sufrimiento que pudo vivir tanto ella como mi bisabuela, a la que no conocí. El libro relataba, a modo de realidad ficcionada, lo que pasó en la Cárcel de Mujeres de Ventas bajo la excelente pluma de Dulce Chacón.

Mi abuela, Matilde Sánchez Álvarez, nació en Majadahonda el 13 de abril de 1917. Era la hija pequeña de Felisa Álvarez de Rozas y de Esteban Sánchez Herránz. Por delante de ella, tres hombres: José, Antonio y Marcelo. En Majadahonda, por lo que me han contado, se los conocía como “los socorritos” por parte de padre y “las melonas” por parte de madre.

Matilde entró en la cárcel de Ventas con 22 años, junto con su madre. Al resto de la familia, salvo Antonio, les llevaron a Porlier. Sus condenas: pensar distinto al “movimiento nacional” que oscureció un país.

Sin afiliación concreta, se dice que perteneció a las Juventudes Socialistas de Majadahonda. En aquel momento era raro que una mujer se significara claramente y menos por escrito. Y, en verdad, no quería que nosotros lo hiciéramos. Es lo que tiene vivir con miedo, que no se te desprenda nunca de la piel. Es probable que temiera que nos pasara lo mismo que a ella.

Ciertamente, hacer esta semblanza de mi abuela me cuesta mucho, ya que en todo este tiempo, en el que ella ya no está, me he dado cuenta lo poco que conocía de ella, de su infancia y juventud, de su pensamiento, de su lucha ¿Fue una niña feliz? ¿A qué jugaba? ¿Cómo se llevaba con sus hermanos? ¿Y con sus amigas? Si un gran pesar tengo desde hace 12 años es no haber preguntado más.

Mi abuela vivió 95 esplendorosos años. Murió en la cama de un hospital después de entrar quince días antes y que los médicos nos dieran 48 horas de vida ¡qué fortaleza! ¡qué tesón! Ella se agarró a la vida durante mucho tiempo y de muchas formas, incluso, ahora que conozco más por lo que pudo pasar gracias a testimonios de mujeres que habitaron ese horror de espacio convertido, a día de hoy, en un bloque de viviendas. Era un triste sábado 2 de marzo de 2013.

La Matilde, como la llamaban muchos y, curiosamente, como se la etiqueta en el Sumario Procesal guardado en el Archivo Histórico de Defensa, era una mujer alta, robusta, guapa… de las de genio y figura hasta la sepultura.

Le gustaba bailar, jarupear como ella decía. Creaba sus propias poesías y ¡hasta ganó algún premio! ¿Pero de dónde le venía esa vena creativa? No lo sé, pero algunos de sus cantes ya hablan de Ventas. Todo un patrimonio inmaterial que esconde la historia de una vida. Si no había tenido estudios, ¿cómo podía ser capaz de crear, memorizar y escribir esas rimas y letras? Cuando le preguntábamos cómo sabía leer y escribir, dónde había aprendido si no había ido a la escuela. Sí, sí había ido: La Escuela de Santa María fue el pequeño espacio que María Sánchez Arbós, Matilde Landa y Mercedes Nuñéz Targa se empeñaron en tener en el almacén de mujeres, un reducto de libertad de aprendizaje dentro de un lugar opresivo.

El 15 de abril de 1946 se casó con mi abuelo, Federico Esteras Esteras, natural de Deza, provincia de Soria. Un buen hombre que también sufrió la represión franquista y también vehiculó el silencio por tiempo infinito. De esta unión nació mi madre, Matilde, en el año 48. Casi cuarenta años de feliz matrimonio, si la maldita muerte no se hubiera cruzado en la vida de mi abuelo.

Mi abuelo la conquistó llevándola a la Plaza de las Candongas, un lugar que, en realidad, no sabemos si existió, pero que significaba llevar al huerto al ser querido. Y mi abuela, aunque de recta actitud, se dejó engatusar.

Matilde, junto con su familia, regentó una casa de huéspedes en el barrio de Pueblo Nuevo. Llevaba a los hombres, obreros, albañiles, trabajadores todos, que allí se alojaban como un pincel, y les procuraba manutención ¡sus guisos! Mi abuela era cuidadora, lo fue toda su vida, a su manera y con su carácter. Ahora, con el paso del tiempo y alguna riña que tuvimos, me doy cuenta. Cuidó de sus ideas y luchó por ellas; cuidó de sus padres, de sus hermanos y de su marido enfermo hasta la  muerte. Y de sus nietos. Ella siempre decía, levantando su curvo dedo índice ¡tengo unos nietos qué ojo! Pero los que teníamos suerte, en verdad, éramos nosotros. No sabíamos la abuela que teníamos.

Viajó, viajó mucho, con mi abuelo, y también sola. Ahora creo que era por resarcir lo que había vivido siendo tan joven. Recuerdo que en cada viaje me mandaba una postal del lugar en el cual estaba: Benidorm, Palma de Mallorca…A mi querida niña empezaba la cariñosa misiva.

Mi abuela murió sujetándome la mano, susurrándome un último “te quiero”. Fue su manera de pasarme, sin yo saberlo en ese momento, su legado, una transfusión de fuerza que espero no perder nunca. Me lo debo, se lo debo.

Stella Maldonado Esteras